Hace unos 12.000 años, las tierras del Próximo Oriente fueron testigo de uno de los cambios más revolucionarios de la humanidad: el paso de una sociedad cazadora y recolectora, que había vivido así durante cientos de miles de años, a otra basada en la domesticación animal y vegetal. Con el surgimiento de la agricultura y la ganadería se desencadenaron modificaciones de las que somos herederos directos, y que nos permiten entender cómo nos alimentamos y nos organizamos hoy día. “Si se considera la población rural actual, unos 3.400 millones de personas, podemos decir que vive en un entorno muy similar, en lo esencial y dejando aparte la tecnología, al de aquellas primeras sociedades neolíticas”, afirman Juan F. Gibaja, Juan José Ibáñez y Millán Mozota, investigadores del CSIC.
En El Neolítico, el último título de la colección ¿Qué sabemos de? (CSIC-Catarata), los autores cuentan este período histórico desde su origen en la región denominada “el Creciente Fértil” hasta su expansión en Europa, especialmente en el área mediterránea. Explican los cambios genéticos de plantas, animales e incluso de los seres humanos derivados de la agricultura y ganadería, y describen los desarrollos tecnológicos de todo tipo que realizaron estas comunidades, así como sus nuevas formas de organización social, económica y política. También dan cuenta de la configuración del medio natural y el ecosistema que propiciaron, debido a la progresiva sedentarización.
Estos cambios, tan extraordinarios como irreversibles, se fueron extendiendo por todo el planeta en momentos distintos. Entonces, ¿por qué sucedieron? Los científicos del CSIC exponen en el libro varias hipótesis para dar respuesta a esta cuestión: “La primera sería una explicación poblacional, como respuesta a una crisis alimentaria causada por el crecimiento demográfico, en un momento y condiciones determinadas. Otra sería la hipótesis climática, es decir, que las novedades llegaron en respuesta a un cambio climático que limitó los recursos de las sociedades cazadoras-pescadoras-recolectoras. Y la tercera sería una explicación cultural, por la cual las comunidades que vivían de la caza, pesca y recolección llegaron a un nivel de dominio de la naturaleza y desarrollo tecnológico y social que les permitió iniciar el cambio. Estas hipótesis no son excluyentes entre sí, y varias podrían combinarse para obtener una visión más precisa”. Además, los autores precisan que los cambios se produjeron de manera progresiva, a lo largo de milenios.
En cuanto al modo en el que se extendió esta nueva forma de vida, la comunidad científica también aporta diversas explicaciones. Según los autores, la propuesta más sólida defiende que la expansión desde Próximo Oriente solo puede explicarse como resultado de movimientos de población. Durante sus desplazamientos, las personas llevan consigo los cereales y animales domésticos, los instrumentos vinculados a su producción (hachas pulidas, hoces o molinos) y los conocimientos para realizar objetos como la cerámica. “Este conjunto de elementos se conoce como el ‘paquete neolítico’. Es por ello que, cuando las y los arqueólogos documentan un nuevo yacimiento neolítico, lo definen a partir de la presencia de tales elementos, no de alguno aislado”, añaden.
Desde los orígenes de las investigaciones sobre el Neolítico, un elemento clave para diferenciar entre posibles culturas distintas ha sido la forma, el estilo, la tecnología y la decoración de la cerámica. Y aunque hoy se considera que no equivalen automáticamente a pueblos o etnias, también se acepta que los grupos con la misma cerámica tendrían cuando menos ciertas afinidades y una proximidad cultural.
¿Quién hizo qué?
En los libros de divulgación, cómics o cuentos sobre el Neolítico es habitual encontrar representaciones de mujeres cuidando de los niños y de hombres tallando útiles de piedra o construyendo viviendas, pero lo cierto es que para la comunidad científica es difícil saber cómo dividía el trabajo en estas comunidades.
Uno de los estudios realizado en los últimos años se ha fundamentado en los instrumentos de piedra y hueso depositados en las tumbas de hombres, mujeres y niños del algunos de los cementerios del noreste de la Península Ibérica. “Entre el 6500 y el 5400 antes del presente, la mayoría de las inhumaciones eran individuales, por lo que se puede asociar el ajuar con el sexo y la edad del fallecido”, afirman los autores. Los datos indican que el descuartizado de animales, la caza o el trabajo de la madera eran efectuados mayoritariamente por hombres, mientras las mujeres se encargaban del tratamiento de la piel. “Pero también había tareas compartidas por toda la comunidad, como la siega del cereal, en la que con toda seguridad también trabajan los niños y las niñas”, comentan.
Más población, caries e infecciones
Los cambios en la alimentación y en la forma de vida tuvieron consecuencias directas para las comunidades neolíticas. Algunas de las que se destacan en el texto tienen que ver con un acusado aumento de la población, vinculado, entre otros factores, a la introducción de la leche y los cereales en la dieta, que habría contribuido a acortar el periodo de lactancia, y también a la reducción de la movilidad como consecuencia de la sedentarización. No obstante, este crecimiento poblacional vino aparejado de una elevada tasa de mortalidad infantil.
En el caso de los cereales, su consumo supone la ingesta de mayor cantidad de hidratos de carbono y azúcares, lo que provoca un aumento considerable de patologías dentales. Otro de los problemas de salud que padecieron estas comunidades se deriva de la convivencia con animales domésticos como cerdos, cabras y ovejas. Estos rebaños, junto con los parásitos que atraen, fueron fuente de infecciones a las que las poblaciones neolíticas tuvieron que hacer frente y que en muchos casos tuvieron consecuencias fatales. “Sus conocimientos sobre los efectos de determinadas plantas, así como de su propio cuerpo, fueron fundamentales para su supervivencia”, apuntan los investigadores del CSIC.
La ideología y creencias de los hombres y mujeres neolíticos ocupa una parte del texto de este libro, pues este no fue solo un periodo de importantes cambios económicos y sociales. “Es probable que las creencias de las comunidades cazadoras-pescadoras-recolectoras fueran de tipo chamanístico, en las que la conexión con los espíritus se realizaba a través de los elementos de la naturaleza, mediante el trance. Ahora, la espiritualidad se dirige hacia seres míticos representados por figuras humanas”, señalan los autores.
El Neolítico es el número 128 de la colección de divulgación ‘¿Qué sabemos de?’ (CSIC-Catarata). El libro puede adquirirse tanto en librerías como en las páginas web de Editorial CSIC y Los Libros de la Catarata. Para solicitar entrevistas con las autoras o más información, contactar con: g.prensa@csic.es (91 568 14 77).
Sobre los autores
Juan F. Gibaja es científico titular de la Institución Milá y Fontanals del CSIC, si bien actualmente se encuentra en la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma. Su investigación se centra en la transición Mesolítico-Neolítico en el Mediterráneo. Asimismo, dirige y participa en numerosos proyectos de divulgación científica.
Juan José Ibáñez es investigador científico en el grupo de investigación Arqueología de las Dinámicas Sociales, de la Institución Milá y Fontanals del CSIC. Trabaja en el estudio de los orígenes del Neolítico en Próximo Oriente hace más de 25 años.
Millán Mozota trabaja como colaborador de I+D+i en arqueología y divulgación en el CSIC. Su tesis doctoral abordó las sociedades neandertales y sus herramientas en hueso en el Pleistoceno superior de la península ibérica, y en la actualidad trabaja en la arqueología neolítica y en numerosas iniciativas de divulgación inclusiva.