Su imagen ha quedado severamente dañada por los continuos escándalos
La cantidad de escándalos, meteduras de pata y malas noticias que Facebook ha acumulado a lo largo de los últimos 11 meses daría para elaborar un stories épico en Instagram, uno de esos con docenas de instantes que llegan a hastiar al usuario más entusiasta de la plataforma.
Prácticamente no ha habido un solo mes del año en el que la compañía de Zuckerberg, por un motivo u otro, no se haya visto obligada a aceptar algún error, pedir disculpas o maquillar la salida de un ejecutivo. Son eventos que han llegado incluso a ensombrecer el estancamiento de algunas de las plataformas de la compañía, tanto en el número de usuarios como en el tiempo que permanecen conectados, o su caída en bolsa que se acerca ya al 40% desde los máximos registrados en el mes de julio.
El último golpe, y uno de los más severos, lo recibía la pasada semana. Un demoledor artículo en el New York Times, fruto de una investigación de varios meses realizada por un equipo de cinco periodistas, revelaba las estrategias de la compañía para tratar de limpiar su imagen tanto por la injerencia rusa en las elecciones presidenciales norteamericanas de 2016 como por el uso indebido de los datos de sus usuarios por parte de la firma Cambridge Analytica.
Mientras Zuckerberg viajaba por diferentes países para pedir disculpas y dar explicaciones ante los gobiernos -un tour que incluyó una comparecencia oficial ante el congreso y el senado de los EEUU– la compañía habría contratado los servicios de una importante firma de análisis político con afinidades republicanas, Definers Public Affairs, para tratar de cambiar la percepción pública de la compañía en EEUU.
Esta firma, conocida en Washington por especializarse en labores de investigación de candidatos políticos, comenzó a trabajar con Facebook a mediados de 2017, pero su actividad se ha intensificado en los últimos meses, conforme la presión mediática sobre Facebook aumentaba.
Entre otras actuaciones, Definers Public Affairs trató de vincular a las voces más críticas de la red social con una supuesta estrategia política dirigida desde la sombra por el magnate George Soros. Facebook habría pasado así de permitir la proliferación de noticias falsas a, directamente, crearlas para tratar de salvar su imagen pública.
Tras publicarse los detalles de la estrategia en el ‘New York Times’, Facebook cortó lazos con la compañía pero ha reconocido -en un comunicado emitido justo la noche antes del día de Acción de Gracias- que ordenó a Definers investigar a Sorosy sus motivaciones por las críticas realizadas públicamente por el multimillonario, blanco frecuente de la extrema derecha norteamericana y los grupos antisemitas y de corte neonazi.
El artículo desvela también los numerosos intentos de Facebook para tratar de minimizar a lo largo del año su papel en la injerencia rusa que se produjo durante la campaña de las elecciones presidenciales norteamericanas de 2016 y que dieron la victoria, por un estrecho margen, a Donald Trump.
Alex Stamos, entonces responsable de seguridad de Facebook, fue el encargado de elaborar un informe interno sobre lo sucedido, pero, según el New York Times, las conclusiones de dicho informe fueron editadas repetidamente para rebajar el papel jugado por la red social en las comunicaciones públicas por orden directa de Sheryl Sandberg, mano derecha de Zuckerberg y jefa de operaciones de la compañía, y el propio consejo de administración.
Stamos abandonó su cargo como responsable de seguridad de Facebook el pasado mes de agosto.
A escándalo por mes
Con cada nueva revelación sobre el caso, Facebook cae unos metros más en ese pozo sin fondo en el que se ha convertido 2018.
El año arrancó con la decisión de la red social de cambiar el algoritmo que decide qué ve el usuario al acceder tras las críticas recibidas por fomentar la distribución de noticias falsas y sensacionalistas. La decisión, aseguró entonces Zuckerberg, recortaría la exposición de los medios y rebajaría el tiempo que los usuarios pasan en la red.
A las pocas semanas la compañía tuvo que hacer frente al escándalo de Cambridge Analytica, una compañía que habría abusado de los privilegios de acceso para elaborar detallados perfiles políticos de los usuarios estadounidenses que fueron utilizado en labores de propaganda durante las elecciones norteamericanas.
En medio de esta polémica, Facebook tuvo que aceptar la dimisión de Jan Koum, cofundador de WhatsApp, que decidió irse por no estar de acuerdo con la estrategia que seguirá la empresa para tratar de rentabilizar el popular servicio de mensajería.
La aprobación de la ley de datos europea, la GDPR, fue otro varapalo importante. Facebook tuvo que reconocer que llevaría a un descenso de sus proyecciones de ingresos por publicidad y a una caída en el tráfico en sus diferentes propiedades.
En septiembre, la compañía comunicó un fallo de seguridad que habría resultado en el acceso a la información privada de más de 50 millones de usuarios, al tiempo que aceptaba la dimisión de Kevin Systrom y Mike Krieger, fundadores de Instagram, por motivos parecidos a los de Koum.
Y para rematar el annus horribilis de Zuckerberg, que sigue considerando su creación como “una fuerza positiva para la sociedad”, este mismo mes de noviembre Facebook tuvo que reconocer que no hizo lo suficiente para frenar los discursos de odio que alimentaron la limpieza étnica de los Rohingya en Myanmar.
Consecuencias
Zuckerberg, que aún controla el 60% de las acciones con derecho a voto de la compañía, ha asegurado que no piensa dimitir, a pesar de que en varios círculos ya se considera que al menos debería delegar alguna de sus funciones o, como ha hecho Elon Musk en Tesla, mantener la dirección de la empresa pero renunciado a la presidencia del consejo.
Sandberg parece también segura en su puesto como jefa de operaciones a pesar de ser la última responsable de la actuación de Facebook en torno a estas cuestiones. En una llamada telefónica a analistas y medios para tratar de explicar su versión de los hechos, Zuckerberg asegura que “está haciendo un buen trabajo” y que gracias a ella se está progresando en la dirección adecuada.
La única dimisión ha sido, por el momento, la de Elliot Schrage, responsable de la política de comunicación de la empresa en Washington y responsable de la contratación de Definers Public Affairs. “Durante la última década, creé un sistema de administración que delegaba en estas empresas la autoridad para escalar su actuación si no se sentían cómodos con algún proyecto. Ese sistema falló en esta ocasión y lamento haberlos decepcionado. Me arrepiento de mi propio fracaso”, reconocía ayer ante los trabajadores de la compañía.
Fuente | El Mundo – Ángel Jiménez de Luis